Aprender a relacionarnos de manera consciente y sana con nuestra vulnerabilidad, es una tarea urgente en un mundo en crisis. Como individuos y como sociedad, necesitamos fortalecer nuestra capacidad compasiva en relación a lo que nos cuesta, nos duele y nos deja desnudos frente a la vida. En medio de los retos sociales, ambientales, existenciales y económicos que atravesamos, es imposible no sentirnos vulnerables en algún momento.
La incertidumbre prolongada nos conecta con la fragilidad y con la dura realidad de que es muy poco lo que controlamos en el mundo externo. Esa ilusión de control y la evasión del dolor usualmente son espejismos que nos ayudan a sentirnos poderosos y a salvo. Sin embargo, cuando la enfermedad, la muerte y la escasez tocan a nuestra puerta, es casi imposible no sentirnos vulnerables. En momentos así, es necesario volcar nuestra mirada hacia dentro para reconocer la verdadera fortaleza que nos sostiene cuando todo afuera se derrumba; esa fortaleza que resulta de aprender a ser vulnerables y compasivos con nosotros mismos y con otros.
Está bien no siempre estar bien. Aprender a caernos es tan importante como aprender a levantarnos. Saber cuándo es útil soltar el control y aceptar que perdimos, que no sabemos cómo actuar, ni cómo resolver los retos que enfrentamos, es crucial para poder detenernos y recalcular nuestros pasos en lugar de andar desesperadamente creyendo que tenemos que saberlo todo y poder con todo.
No hay nada más humanizante que encontrarnos con otros desde la vulnerabilidad. Despojados de máscaras y mecanismos de defensa, podemos admitir con franqueza y humildad que somos blandos y dulces, que desconocemos muchas respuestas y que nos resulta intimidante ser humanos por momentos. Es ahí cuando aprendemos a ser fuertes en medio de nuestra fragilidad. Fuertes para admitir que necesitamos de nuestro amor y el de otros para hacer más fácil nuestro paso por la Tierra. Fuertes para enfrentar la vida sin engaños y sin estrategias. Desnudos y abiertos a la verdad más íntima y liberadora de todas: que nuestra verdadera identidad no está en los obstáculos y limitaciones de nuestro ego y por lo tanto no nos definen.
Nuestra vulnerabilidad es la verdadera puerta de entrada a esa fortaleza interior que nos sostiene en tiempos difíciles y retadores como los que estamos viviendo. ¿En qué momento entendimos que “estar bien” era igual a no sentir incomodidad, dolor, miedo o tristeza? A esta creencia de que siempre tenemos que estar y sentirnos “bien” para ser felices le llamo “la tiranía del bienestar”. Creer en un bienestar rosa sería equivalente a negar muchas de las circunstancias difíciles y retadoras que hemos superado en nuestra vida y que nos han hecho fuertes y sabios.
Así es que aceptar y acompañar nuestra tristeza, miedo, angustia, ansiedad, dolor, zozobra, dolor y demás emociones y estados que surgen cuando entramos en contacto con nuestra vulnerabilidad, es el mayor acto de valentía y fortaleza que podemos realizar en medio de una crisis.
Este mes en Bhumi lo dedicaremos a explorar maneras de acompañar nuestra vulnerabilidad desde la compasión y el amor por nosotros mismos.
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